La última película de Béla Tarr

Por Rafael Rebolledo / @rareac

The Turin Horse

«Del caballo… no sabemos nada»

1899. Mientras Friedrich Nietzsche camina por las calles de Turín, presencia como un cochero comienza a azotar a su caballo que ya no puede cargar con el peso del carruaje y no se quiere mover: al dueño no le importa la condición del animal y lo golpea brutalmente hasta que éste cae al suelo. Nietzsche corre al auxilio del caballo, al llegar a él lo abraza del cuello tratando de protegerlo y comienza a llorar inconsolablemente. Ante esta acción el cochero deja de golpear al animal. Los vecinos se llevarían a casa a un Nietzsche delirante y fuera de la realidad, que estaría sin hablar por dos días hasta decir las que serán sus últimas palabras: «Madre, soy estúpido». Viviría otros diez años al cuidado de su madre y hermanas, y ya nunca más retomaría la razón.

¿Quién es este hombre que golpea a un animal sin piedad?, ¿por qué Nietszche perdió toda la fe en la humanidad y terminó por ceder a la locura al presenciar este evento?. De esta interesante anécdota, quizá la más contada y analizada del filósofo alemán aunque se duda que sea verídica, parte la historia de «The Turin Horse» (2011), la última película del maestro húngaro Béla Tarr.

146 minutos: 30 tomas

La película comienza formalmente con un largo plano de secuencia del caballo y su dueño regresando a casa después del suceso con Nietzsche, un paisaje desolador con imagenes en blanco y negro acompañadas del pesado motif que estará presente durante toda la cinta. Llegamos a la casa del cochero donde lo espera su hija, la cual vive sometida a las ordenes de su viejo padre: ella se encarga de vestirlo, darle de comer, cuidar del caballo, etc. Estaremos en casa de esta familia durante seis días, suficientes para sentir la existencia tan pesada y monótona que tienen. No necesitamos mucha información de los personajes para conocerlos, con el pasar de los minutos entendemos que su vida siempre es así, plana y sin cambios trascendentales.

Solamente hay treinta tomas en los 146 minutos de metraje, algo inaudito para los que están acostumbrados a ver cine comercial y hollywoodense; ese «cine» televisivo donde se corta cada dos o tres segundos, más cercano al video musical que al séptimo arte. Yo no aguanto ver películas así, están hechas para personas con deficit de atención y siento que me están faltando al respeto como espectador. En este mundo cada vez más acelerado, se vuelve catártica la experiencia de ver «El caballo de Turín»: cine pausado, sin prisas, generando su propio tiempo para mover la cámara a su antojo y ritmo, contando lo que tiene que contar y nada más, sin presiones externas o complacencias de ningún tipo. Hay que tener valor para filmar así.

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La casa donde se desarrolla la historia fue construida expresamente para la película, algo muy notorio si se presta atención a la luz natural tan perfecta que entra por las ventanas y puertas, y el espacio tan ad hoc para mover la cámara en esos largos planos secuencias que tanto gusta filmar Béla Tarr. Sobresaliente la manera en que comienza cada plano y el lugar donde termina, son de una perfección milimétrica, hay mucha planeación detrás de cada secuencia.

(«The Turin Horse» sería algo así como la antítesis de «The Tree of Life», cierro el paréntesis)

¿Y Nietzsche?

La vida de la hija consiste en servir al padre. Y la vida del padre pareciera que se centra en trabajar y nada más. Durante estos seis días el cochero no puede ir a la ciudad porque el caballo parece estar enfermo y se niega a salir. Béla Tarr logra lo imposible: el personaje del caballo se vuelva completamente entrañable, pareciera que el animal actúa según las emociones que se van moviendo al pasar de los minutos. Estamos ante la «Au Hasard Balthazar» de nuestros tiempos.

En lo que respecta a los humanos, gran parte del tiempo se dedican a mirar por la ventana el mundo tan desolador que tienen enfrente, con un clima terrible donde hasta salir al pozo por agua se vuelve una travesía; además viven alejados de la civilización, no hay nada a su alrededor, están ellos con su pesada existencia, y nada más. Se levantan y se duermen a la misma hora. Comen lo mismo (papas hervidas). Hacen lo mismo… ¿Qué pensamientos pueden pasarle por la cabeza a estas personas? Hay un momento en el que el cochero se desespera ante la actitud del caballo y comienza a golpearlo, estamos viendo la misma escena que presenció Nietzsche. Para este hombre golpear a un animal que no tiene la posibilidad de defenderse no significa nada, tal vez, hasta le es necesario para sobrevivir.

Tenemos dos momentos donde se rompe la monotonía: primero, un tipo gordo y muy extraño entra a la casa para darle un discurso al cochero, habla sobre el inevitable fracaso y degradación que sufrirá la civilización tarde o temprano; para muchos este hombre representa al propio Nietzsche.  El otro momento es cuando un grupo de jóvenes llega en auto a sacar agua del pozo de la casa, son varios hombres y mujeres y parece que están de fiesta, se les ve felices. La llegada de estos jóvenes irrita al viejo. Manda a la hija a correrlos, pero como no le hacen caso sale él con un arma. Los jóvenes se van con su felicidad, y nosotros nos quedamos en la pesadez.

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Como toda buena película, me quedo con más preguntas que respuestas. Creo que Nietzsche está presente todo el tiempo, hay que tenerlo en cuenta mientras experimentamos esta historia. Béla Tarr dijo que con «The Turin Horse» se despide del cine, argumentando que ya ha dicho todo lo que tenía que decir en este arte. Una lástima, pero cuando algo ya no nos satisface es porque debemos pasar a otra cosa. Yo también me despido de este blog y de mis críticas/análisis sobre cine. Estoy empezando a hacer cine y es una tarea muy demandante, si verdaderamente quiero seguir sacando proyectos y sueños debo canalizar mis fuerzas y concentrarme. Me voy tranquilo porque este proyecto que comencé hace más de un año se queda en muy buenas manos. Gracias.

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